Diseño más emoción, es la ecuación perfecta para integrar en los proyectos. Muchos profesionales del retail somos conscientes de esta mágica simbiosis. Cuando el diseño emocional se pone a trabajar, todo es posible. Agita nuestros sentidos, y aflora un universo de sensaciones capaces de prender la llama emocional de cada individuo. Emoción que enciende la motivación, el deseo de compra, y juntan esos lazos que dan lugar a relaciones de apego.
Nuestras emociones influyen de manera inconsciente en nuestras elecciones. Existen investigaciones que demuestran que los seres humanos no somos tan lógicos como pensamos. Este sentimiento es el factor principal que condiciona la lealtad del consumidor, y se convierte en la fuerza más poderosa para que el cliente no solo conozca esa marca sino para que la sienta. Crear un espacio comercial al que deseemos volver, que quede su recuerdo prendido en nuestra impronta, es de lo que trata un buen “diseño de interiores emocional”. Un auténtico desafío para el retail. Tan simple y complicado al mismo tiempo. Ya no es suficiente con diseñar únicamente espacios, ni tampoco productos. Ahora, el diseño emocional va más allá. No tiene límites, ni fronteras y se encuentra orientado a las personas. En nuestra condición de seres emocionales, necesitamos sentir esa conexión con la marca, el espacio o el producto. La emoción es el ingrediente esencial para que el diseño funcione, y debe encontrarse en concordancia con la marca.
Un buen diseño es fundamental a la hora de crear una estrategia, es el atractivo que impulsa a la gente a interesarse por un espacio o un producto. El psicólogo Robert Plutchik, es conocido por haber creado la “Rueda de las Emociones”, en la cual se muestra la interrelación de las 64 tipos de emociones humanas que existen. Emociones todas ellas valiosas, que deben ser inducidas por el diseñador. Esta figura es el encargado de que florezcan, y conecten con los valores emocionales de la marca y con el cliente. Para que nazca ese vínculo, invisible pero duradero, la empatía es el lugar dónde todo empieza. Llegar a enamorar al consumidor, con la creación y el diseño, es relevante en retail, y para hacerlo posible debe abordarse, desde una perspectiva emocionalmente empática que permita lograr una relación emocional con el consumidor objetivo. Crear un contexto común, ponerse en los zapatos de nuestros clientes, y acompañar siempre en este viaje que empezamos y terminamos juntos. Esta es nuestra forma de entender el diseño: la metodología Kombu.
Donald Norman, creador del concepto Diseño Emocional, señala que “el principal objetivo de este tipo de diseño es hacer nuestra vida más placentera”. Por lo tanto, el diseño nos ofrece oportunidades de mejorar la vida de las personas. Para alcanzar esta premisa, es fundamental crear esas experiencias que permitan calar más hondo en el cliente potencial, y al mismo tiempo, alinear esa experiencia con la estrategia de negocio. Nos sentimos mucho más vinculados a aquellos productos o servicios que nos son cercanos, por lo tanto la verdadera personalización es la que marca una gran diferencia en el retail.
Equilibrio entre la funcionalidad y la estética
El papel del interiorismo resulta crucial para lograr la productividad comercial de todo tipo de negocio. Es cierto, que la primera impresión cuenta, y que el aspecto estético pone las cosas más fáciles. Como sostenía Donald Norman “las cosas atractivas hacen que tengamos la sensación de que funcionan mejor”. Sin embargo, la primacía de la estética en el interiorismo no es el objetivo que prima en algunos de nosotros. Lo que se persigue conquistar realmente con el diseño emocional, es crear estados emocionales en el usuario. La gran conquista consiste en hacerse un hueco en la lista de preferencias del cliente y provocar una respuesta emotiva en las personas. Por lo tanto, debe existir un equilibrio que concilie los aspectos funcionales y estéticos del diseño. Estos aspectos, además tienen que influir sobre la identidad del usuario y aportarle valor emocional.
La experiencia humana se coloca en el centro de este nuevo paradigma. Los valores emocionales toman terreno, ahora no solo es importante comunicar lo que se ve, sino lo que se siente permaneciendo en ellos. El diseño debe ser capaz de provocar esas sensaciones, vitales y necesarias para la existencia humana.
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